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Especialistas analizaron las transformaciones que sufre el lenguaje entre los jóvenes, en los medios digitales y en una sociedad con bases que se disuelven.
En agosto de este año se llevó a cabo en Tucumán el I Congreso Internacional de Léxico e Interculturalidad, en el que académicos de la Lengua, investigadores, docentes, estudiantes y periodistas, entre otros, se reunieron para exponer, debatir y pensar juntos.
Uno de los aportes destacables de este encuentro fue el que hizo Alicia María Zorrilla, quien escribió una breve pero profunda obra de antropología filosófica construida a partir de su reflexión sobre el uso de ciertas palabras.
Durante meses, según le confesó a LA GACETA, y tomando como base conceptualizaciones del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, construyó minuciosamente, pieza a pieza, un texto en el que cada uno de los términos que lo forman es insustituible. «Hoy se produce un fenómeno similar al derretimiento de los hielos. Se derriten palabras y significados, y se reemplazan con otros de vida efímera o no tan efímera, pero de singular valor para ilustrar las modas, ocultar los miedos o saciar el hambre de afectividad, y demostrar que uno vive el instante con plenitud o con zozobra, aunque se eclipse el útil ejercicio de pensar», afirmó.
Inmediatamente repasó con perspicacia un conjunto de «palabras líquidas» que se han diseminado impiadosamente en el habla cotidiana; «salvavidas de hombres interconectados, que, cautivos de sí mismos, no se preguntan si realmente se comunican; es decir, si intercambian ideas, comparten sentimientos o participan de proyectos comunes desde el alma, porque, inaugurada la cultura superficial de la ansiedad y del ahora vertiginoso, cada uno dice para desafiar la penumbra en que se halla».
La diversión como mandato universal
Zorrilla mostró hasta qué grado hablamos expresando la manera en que nos sentimos; que la compulsión por usar la palabra divertido, de aparición tan frecuente en nuestras conversaciones, «revela la necesidad de alegría, pero también el dolor, la tristeza, la insatisfacción». ¿Por qué todo debe ser divertido?, se preguntó poco después de repasar una hilarante lista de ejemplos y explicó que divertido denota 'desviarse, separarse, ir por caminos diferentes, ser diferente; es decir, apartar la mente de temas que revisten seriedad'. Poco después sentenció: «Esta palabra se ha convertido, sin duda, en eje espiritual-material de nuestra sociedad. Casi debe practicarse como una obligación.»
El objetivo del estudio que engendró su conferencia era —explica— «demostrar que ninguna voz es inocente ni gratuita; detrás de ella, late la vida, el porqué de la vida, su atmósfera, y la necesidad apremiante de armonía, de equilibrio espiritual, único elixir que necesita el hombre para no caminar a la deriva, para asumirse como tal sin desencantos, sin minusvalía interior».
La red y la impunidad para agredir
Fabio Dandrea, docente e investigador de la Universidad Nacional de Río Cuarto, centra su trabajo en los foros de debate de los periódicos digitales y llega a la conclusión —preocupante, a nuestro juicio— de que se encuentran «significativamente caracterizados por la agresividad verbal». Con la pragmática sociocultural como marco teórico, analiza «el ámbito artificial denominado ciberespacio», en el que la virtualidad «nos priva de información identitaria» y en el que las manifestaciones de cortesía o descortesía «significan una selección discursiva en virtud de propósitos estratégicos».
Dicho para todo público: cada acto de comunicación conlleva una situación de riesgo. Por eso los participantes apelan a estrategias para evitar o mitigar posibles conflictos, pero también, en ocasiones, para realizar «el acto amenazador o acentuar la amenaza», lo cual nos lleva al otro extremo: la descortesía. En muchos casos, advierte Dandrea, el tema propuesto por la noticia es abandonado y progresivamente el debate se encamina a la mera descalificación del otro, que, no lo olvidemos, también es anónimo.
El ciberdiscurso juvenil
Gabriela Palazzo, doctora en Letras de la UNT, ha dedicado los últimos años de trabajo (tesis incluida) a lo que llama ciberdiscurso juvenil, una suerte de 'habla escrita' que, a diferencia de lo ocurrido con las jergas adolescentes típicamente pasajeras, como las engendradas después de los años 60, «se ha instalado como una forma más estable de comunicación que depende directamente de la adecuación a los nuevos medios y géneros digitales». Y, aunque pueda sonar paradójico, uno de los hechos que su investigación constata (entre muchos otros) es que internet «ha potenciado enormemente la escritura». Claro está que no deja de resaltar que eso viene de la mano de la antinormatividad, la transgresión, la simplificación y el simbolismo.
Cuando LA GACETA le hizo la pregunta que ronda por miles de cabezas —¿sabrán nuestros jóvenes escribir correctamente cuando tengan que hacerlo?— su respuesta fue contundente: «No tienen por qué no saber hacerlo. Aprenden a usar los distintos discursos de la misma manera que aprenden otras reglas. Creo que el punto clave es el de la adecuación a las distintas situaciones de uso de la lengua, por eso el discurso juvenil en el chat es adecuado al género y a los usuarios. En todo caso, las instituciones educativas son responsables en lo que respecta a la escritura académica o formal pero ambas formas comunicativas son legítimas en cuanto se adecuan a la situación de uso».
Zorrilla dixit
- «Loco, espectacular y alucinar acuden como ejemplos claros de que el hombre se afianza en sus sueños hastiado de insatisfacciones, se aferra a su imaginación, porque el mundo en que vive no lo protege».
- «El verbo zafar, de origen árabe ('librarse de, escapar'), corrobora este léxico de la evasión en tiempos de hostilidad y de desprecio de la cultura, del esfuerzo y de los valores… Querer zafar es tener miedo y, al mismo tiempo, padecer y aceptar el fracaso sin ánimo de lucha».
- «La liquidez lingüística cunde como una forma de demostrar que uno está a la altura de los tiempos sin estar a la altura de los tiempos porque les falta altura a los tiempos. Las palabras también sufren la crisis de valores y su ausencia».